A todos nos ha pasado que tenemos temporadas en las que poco
a poco se nos va acumulando el estrés. Por ejemplo, me acuerdo de que cuando
presenté mi examen para obtener el grado de Doctor en Investigación Biomédica,
pase unos meses durísimos completando algunos experimentos y terminando de
pulir la tesis. La puntilla del estrés llegó en el momento cuando me asignaron
al jurado y me encontré con algunos nombres que al ser pronunciados, a más de
uno le producían contorciones intestinales incontrolables. Recuerdo que había
momentos que rayaban en la desesperación porque que por más que estudiaba, el
cerebro parecía haber ya dado todo de sí. Bueno, pues ahora unos años después
(no digamos cuantos…) me encontré con una joya de artículo publicado unos años
atrás. El artículo en cuestión se titula “Psychosocial stress reversibly
disrupts prefrontal processing and attentional control”, o algo así como “El
estrés psicosocial deteriora reversiblemente el procesamiento prefrontal y el
control de la atención”. Este artículo publicado por Liston, McEwen y Casey, de
las universidades de Cornell y Rockefeller fue publicado en el PNAS en Enero
del 2009.
¿Qué hicieron?
Bueno, pues estos autores diseñaron un experimento bien
ingenioso. Lograron reclutar a 20 sujetos cuatro semanas antes de que
presentaran exámenes académicos importantes en sus vidas (como sería un examen
profesional, o un examen de admisión a la universidad) y les evaluaron el nivel
de estrés así como su actividad cerebral al realizar una tarea cognitiva que
requería altos niveles de atención. De esta manera pudieron saber realmente a
cuanto estrés estaban sometidos, y como funcionaba su cerebro bajo esa presión.
Después de esto, los investigadores volvieron a evaluar a los mismos sujetos un
mes después de que habían presentado sus exámenes, es decir, dos meses después
del primer experimento, ya que estaban mas relajados. Los investigadores
también evaluaron a un grupo de sujetos que no estuvo sometido a estrés y el
cual sirvió como grupo testigo.
¿Qué encontraron?
Pues los resultados que reportan son muy interesantes. Para
empezar sus resultados confirmaron que los sujetos que iban a presentar los
exámenes realmente estaban más estresados que el grupo control. Después, en el
estudio del nivel de atención, los autores encontraron que había una
correlación negativa entre el nivel de estrés y la capacidad de atención, es
decir, a mayor estrés mas pobre era la atención de estos sujetos. Estas
deficiencias correlacionaron con la integridad funcional de la red atencional
que incluye a la corteza prefrontal dorsolateral y sus conexiones con otras
estructuras como la corteza premotora, la corteza parietal posterior y la
ínsula.
Bueno, pero y ¿qué pasó después?
Ahora bien, la historia termina con el segundo estudio, el
cual se realizó un mes después de los exámenes. En dicho estudio los
investigadores encontraron que los sujetos ya habían bajado significativamente
sus niveles de estrés, habían mejorado su desempeño en la tarea de atención, y
su conectividad funcional neuronal ya eran similar a la del grupo control. Este
les sugirió a los autores que en efecto, el estrés crónico tiene una consecuencia
negativa sobre los procesos cognoscitivos que se puede medir conductual y
fisiológicamente, pero que, una vez que los individuos son liberados de dicho estrés,
el sistema puede revertir exitosamente dichos efectos.
Un final feliz
Aquí debo de mencionar que me fue bien en el examen doctoral
y que, gracias a ello, me pude ir de postdoc al Laboratory of Neuropsychology,
en el NIMH, donde, ya libre del estrés doctoral, mi cerebro se regocijó
aprendiendo una barbaridad de cosas interesantes. Claro que como siempre ocurre
en la ciencia, aún quedan muchas preguntas por resolver, como por ejemplo, ¿que
pasaría si no hubiera pasado el examen?, bueno mejor no quiero ni pensarlo, ya
lo podremos platicar en otro blog. Por lo pronto, ahora a tratar de bajar el
estrés aprovechando estas vacaciones veraniegas, a ver si así ya logro terminar
de escribir ese artículo que nomás no termina de cuajar!